EL LEGADO DEL VIEJO PROFESOR
GENIOS EN LA OSCURIDAD
Me sigue divirtiendo la teoría de la oscuridad formulada por el aún más oscuro teórico N. Senada, pero como psicólogo y emprendedor ya no puedo permitirme creer en fantasmas posmodernos sobre la creatividad. Pensar que la chispa inventiva del genio es un don cuasi divino sólo lleva al tormento o la pereza intelectual de quien es capaz de afirmar que “es que para eso hay que valer” o “es que yo no tengo imaginación”. En el otro extremo, un exceso de prurito autoral o una sobreestimación de la propia valía inducen a algunos creadores a pensar que, a diferencia de los demás mortales, ellos están dotados de alguna capacidad pseudomística para hallar una prodigiosa inspiración en sus portentosas seseras. Eso es tan falso como pensar que uno carece por completo de inventiva. La imaginación, la hermana socialmente aceptada de la mentira, es parte del arsenal de competencias de cualquier ser humano adaptado y no olvidemos que, por el mero hecho de haber nacido en esta sociedad, ya no es posible escapar a las referencias de otros creadores incluso cuando pensamos que hemos parido una obra totalmente original.
Al hilo de esta argumentación, cabe destacar la existencia de la criptomnesia, una irónica forma de plagio inconsciente que nos lleva a producir una obra inspirada en un recuerdo que presuntamente habíamos olvidado. En el hipotético caso de que en el momento de sentarnos a crear pudiésemos alejar de la memoria todas las influencias de otros autores, de esa oscuridad referencial absoluta sólo nacerían abortos sin forma reconocible. Una persona tan especial como para producir la luz de su propia inspiración sería tan milagrosa que probablemente también sería capaz de subsistir sin más alimento que su propia carne o de volar hacia el cielo tomándose por sus propias axilas*. Resultaría perturbador que invitase al lector a que se convierta en juez de la propiedad intelectual de todo cuanto él mismo dijese o hiciera, porque con la dedicación suficiente uno descubriría que la mayoría de sus actos puramente humanos encontrarían su origen en la copia de la conducta de otro humano. En último término y ya en el umbral mismo de la obsesión, advertiríamos que hasta el mismo fenómeno de la visión es un acto fuertemente influido por lo que otras personas nos han enseñado sobre el mundo.
Son precisamente las expectativas y prejuicios inculcados por otros los que nos permiten de facto percibir el mismísimo entorno que nos rodea. Lo innominable, aquello cuya denominación y naturaleza aún no han sido aprendidas suele permanecer invisible ante nuestros ojos y, tan pronto como aprendamos algo sobre esa cosa insólita, automáticamente nos asaltarán sentimientos e ideas preconcebidas asociadas a ella. Nuestros ojos están más llenos de la cultura de otros que de humores líquidos o vítreos. La manera de percibir una tarántula es radicalmente distinta para un zoólogo animalista, un yanomami alérgico, una persona religiosa con fobia a las arañas o un niño con TDAH de visita en Faunia. La visión que las cuatro personas tienen del objeto llamado “tarántula” es forzosamente parcial y está fuertemente sesgada por sus conocimientos al respecto. Como en la fábula de los ciegos indios y el elefante, los cuatro espectadores de la tarántula han sido instruidos para percibirla de un modo distinto. Por otra parte, sin esa aculturación previa, sin los juicios de valor que la sociedad nos ha enseñado a producir de manera automática, seríamos meros salvajes incapaces de comunicación y, aquí entramos en un terreno aún más filosófico, quizá fuésemos incapaces de percibir el mundo de un modo genuinamente humano. Lo que nos lleva a una conclusión necesaria: si hasta en el simple acto de la percepción pesa fuertemente la influencia cultural, ¿cómo un artista podría permitirse afirmar que vive totalmente ajeno al influjo intelectual de los demás cuando engendra su arte? ¿Y por qué habría de pensarse que esa influencia es contaminadora o que le restaría validez artística a una obra derivada de aquella? La verdad incontrovertible es que, en materia de producciones culturales, siempre nos necesitaremos los unos a los otros y esto en absoluto ha de ser motivo de pesadumbre para un creador que pretenda ser original.
Como muchas formas erróneas de procesamiento lógico, la voluntad de autoengaño de esos artistas que aún creen en el carácter único de la genialidad se mantiene porque redunda en un beneficio práctico: a menudo esta ilusión infunde la autoestima necesaria para subsistir en un mundo profesional mucho más exigente de lo que suele imaginarse. Que existan otros creadores brillantes en todos los ámbitos es un motivo de celebración para cualquier persona que pretenda crecer como creador. Admirar la obra de otros que llevan a cabo proyectos parecidos a los nuestros jamás nos hará más pequeños a nosotros, sino al contrario. Personalmente, en el rol en vivo todavía tengo mucho que aprender de extraordinarios autores nacionales e internacionales. Da igual cuál sea tu ámbito: creer que nadie puede darte consejos sobre tu disciplina es el último aviso que recibirás antes de perder el tren hacia la verdadera excelencia.
* Nota: si te has mordido el brazo o has intentado volar hacia el cielo tomándote por tus propias axilas tras leer estos ejemplos, es muy probable que seas una persona dotada de una gran imaginación y eso te resultará de gran utilidad para escribir roles en vivo, aguantar cuerdo en salas de espera, colas de embarque, atascos de tráfico y en el interior del transporte público en hora punta. Felicidades.