- te invade cuando, ante la perspectiva inmediata de echar una partida con tus amigos, contemplas tu vasta ludoteca atestada de cajas y piensas que tu gran colección siempre es insuficiente y no tienes apenas nada a lo que jugar.
- Si en tu entorno todos te entienden cuando dices cosas tan raras como “análisis parálisis”, “meeple” “sistema de mayorías”, “motor de cartas”, “construcción de mazo”, “trabajadados” o “tradumaquetado”.
- Si pasas más tiempo viendo tutoriales o reseñas de juegos de mesa en YouTube que jugando y no te sientes absurdo por ello.
- Si ves vídeos de unboxing y les prestas –verdadera– atención.
- Si eres de esas personas que guardan los cartones después de destroquelar las fichas del juego con cualquier excusa peregrina.
- Si alguna vez has comprado un juego y todas sus expansiones de golpe sin haber jugado siquiera al original.
- Si deseas con ardor un juego lanzado en crowdfunding y calculas lo que te costaría tenerlo en versión de lujo con todos sus extras, add-ons y variantes.
- Si, de hecho, gastas tanto dinero en crowdfundings de juegos de mesa que a veces te parece injusto que, aparte de la mención de tu nombre en los créditos del juego, no bauticen al hijo de algún autor con tu apellido y, además, vengan a abrazarte a casa personalmente o te pongan una estatua ecuestre en Florencia.
- Si eres la clase de persona impulsiva y sin demasiado dinero que se compra el juego superproducido que desea con ardor, y luego un colega te dice que lo ha visto quince euros más barato en una tienda online. De nuevo. Otra vez este mes, de hecho.
- Si sigues las reglas del juego a rajatabla incluso cuando son absurdas, parecen contener una errata o es obvio que no funcionan.
- Si el jugador que chismorreaba con su colega mientras intentabas enseñarle las reglas de un juego al que ellos querían jugar te pide que le repitas todo lo último que has dicho con una sonrisa y te remontes más o menos al segundo minuto de tu explicación de media hora.
- Si alguna vez le has deseado el mal a alguna editorial por publicar muchos más juegos de los que puedes comprar.
- Si alguien de tu grupo de jugadores veteranos se presenta con sus dos bebés llorones en vuestra intensa sesión de eurojuegos de gestión de recursos porque no tenía a nadie con quién dejarlos hoy y no quería faltar a la cita semanal.
- Si te apuntaste al torneo de Catán y al menos dos jugadores se compincharon para dejarte al margen de sus negociaciones.
- Si la cara de estupor de tus conocidos cuando les cuentas que adoras los juegos de mesa es sólo comparable a la tuya propia cuando intentas encontrar argumentos rápidos para que ellos no crean que tu afición consiste en jugar al Risk, Cluedo o al Monopoly y la desprecien automáticamente y cataloguen en sus mentes como friki, infantil o irrelevante.
- Si la desesperanza te invade cuando abres la caja de tu nueva y costosa adquisición y descubres que contiene una sobredimensionada bandeja de cartón para disimular una gran masa de aire, un magro reglamento, un tablero y un puñado de fichas o, peor aún, de cubos de madera.
- Si conoces más nombres de diseñadores de juegos que de moda. De hecho te parece concebible que Karl Lagerfeld pueda ser el nombre de un diseñador de un “muevecubos sin alma” sobre el comercio del tabaco en las Antillas o que ese tal Louis Vuitton publicase un filler bastante chorra sobre top models licántropas que abandonan su ayuno forzoso todas las noches para devorar a los espectadores VIP de la Pasarela Cibeles.
- Si tu fama como jugador brillante te precede y todos interpretan tus jugadas de la manera más amenazadora posible y esos mamones de amigos que tienes terminan aliándose contra ti y te sientes Al Pacino en el final de Scarface y piensas que ni con balas y entre todos podrán contigo.
- Si, por el contrario y para desespero tuyo, tu fama como jugador tróspido te precede y si alguna vez ganas porque te has esmerado todos tienden a pensar que el juego está roto o has tenido excesiva suerte.
Si eres capaz de entusiasmarte con un NUEVO juego basado en la gestión u obtención de recursos como la piedra, el trigo o la madera. Otro más. Y te encanta. Quizá ya sea hora de hacértelo mirar.