Despertalia y el escritor Dani Guzmán, jurado de nuestro I Concurso Literario #EternoLovecraft, se complacen en presentar al ganador de un lote de libros lovecraftianos: Antonio Guardiola Jiménez por el relato “El miedo a vivir”. Esperamos que os guste tanto como a nosotros. ¡Felicidades al ganador, nos vemos en #EternoLovecraft2018!
Relato ganador Eterno Lovecraft 2017
“El miedo a vivir”, de Antonio Guardiola Jiménez[
Corriste.
Corriste tanto y tan lejos como tus piernas te permitieron.
Los pulmones parecían irte a reventar en el pecho en cualquier momento. El dolor te causaba un atisbo de consuelo, siendo lo más real que tu aterrada mente sentía.
Tu rostro debía ser el de una persona enloquecida, pues veías cómo las personas se apartaban de tu frenético camino alarmados y con algo de temor.
¡Ciegos! ¡Necios! ¡Benditos inocentes! Pues no tenían idea alguna de lo que era el auténtico terror; aquel que puede hacer enloquecer a un hombre adulto y hacerle llorar de pura desesperación.
¿Hacia dónde corrías?
No tenías destino. Tan sólo lo más lejos de allí posible. Lejos de aquel libro, de los símbolos dibujados en el suelo, y lejos del eco de las palabras que, en tu ignorancia y soberbia, creíste inofensivas.
Lejos de aquello que te saludó desde el otro lado.
Aún así, sabías perfectamente lo vano de tus esfuerzos, pues ¿cómo iba la distancia a protegerte de aquello más allá del tiempo?
Estabas en un área poblada, rodeado de gente por doquier y, sin embargo, no sentías ni una pizca de seguridad. Nunca volverías a sentirla.
¿Cómo podrías, cuando la máscara del autoengaño en que vivimos todos había caído al suelo, quebrándose en mil pedazos?
Irreparable.
En una antítesis de lo que siempre habías creído cierto, ahora habías vivido el fin del sueño que era tu existencia para despertar en la auténtica pesadilla del universo.
Millones de personas danzando en una gran función de títeres en el escenario llamado Tierra. Almas condenadas en el Hades desde su nacimiento, ignorantes de su condición.
Lo sentías.
Nunca habías despistado ni dejado atrás al ser. Su presencia te acosaba, te asfixiaba y nublaba tu juicio con las nieblas de la comprensión. Nadie estaba a salvo. La existencia humana era tan insignificante como las motas de polvo que levantabas con cada zancada.
No había escapatoria.
Tu sentido común y tu pavor, ambos se habían aliado para susurrarte que dejases de correr, que tu infantil escape no tenía sentido. Pero no era tan fácil abandonar la necedad nacida del instinto de supervivencia, arraigado tan profundamente, generación tras generación.
Tus piernas finalmente cedieron, incapaces de soportar tu peso un solo instante más. Ahora también tu cuerpo te había abandonado.
Te habías detenido.
Tumbado en el frío asfalto, sin fuerzas, te rendiste a la lógica fatalidad.
Reíste.
Lloraste.
Gritaste.
Pues sabías que estabas huyendo de ti y del abrasador sentimiento que te consumía, devorando tus esperanzas, tus sueños y tu propio ser.
No era más que una carcasa atrapando en tu interior la verdad, la esencia, la única razón de la vida.
Tus dedos se hundieron en la carne aprisionadora y, sin esfuerzo, rasgaron la ahora débil cárcel de piel y huesos.
La oscuridad salió al exterior, libre al fin, y tú con ella, para mostrar al mundo la única verdad universal.
Terror.
Verdadero.
Eterno.